Bueno, he dicho españoles, sí, pero la mayoría de esos topónimos se refieren a científicos que han existido cuando todavía España no era una nación, sino una piel de toro mal cosida con un montón de reinos luchando unos contra otros (y no siempre cristianos contra musulmanes). Uno de esos científicos fue el hispano-musulmán Azarquiel, al que está dedicado este blog. Otro, también muy famoso, fue el rey Alfonso X el Sabio, creador de unas tablas astronómicas (las Tablas Alfonsinas) que fueron de mucha utilidad durante toda la Edad Media.
Pero ¿hay en la Luna algún científico realmente español? Quiero decir, nacido en España como nación ya consolidada (aquí no voy a hablar de política, por supuesto).
La respuesta es sí. En la Luna existe un cráter llamado Catalán, y no en honor a Cataluña o a su Estatut, no. El nombre de este cráter está dedicado al físico español Miguel Catalán, una eminencia en espectrografía y hoy injustamente olvidado por la mayoría de sus compatriotas. Y es que a Miguel Catalán le tocó vivir en tiempos muy difíciles para un intelectual y para la ciencia en España (la Guerra Civil y la terrible posguerra).
Voy a tratar de sacar a la luz su interesante vida para que conozcamos algo más de nuestros grandes científicos olvidados.
Miguel Antonio Catalán nació en Zaragoza en 1894. Se graduó en Químicas en esa misma ciudad en 1909. Tras trabajar en varias industrias locales (lo que hoy sería un becario) se trasladó a Madrid para doctorarse.
En 1915 entró en la Sección de Espectroscopía del Laboratorio de Investigaciones Físicas, que dirigía el gran físico Blas Cabrera, dependiente de la famosa Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE), que tanta relación tuvo con la Residencia de Estudiantes.
Pronto empezó a demostrar su brillantez como investigador, por lo que se le concedió una beca para viajar a Londres, donde estuvo en el laboratorio de Alfred Fowler, un gurú en espectroscopía.
Allí Miguel, con unos medios difíciles de conseguir en España, estudió los espectros complejos del manganeso, descubriendo sus patrones (los llamados multipletes), importantísimos en el futuro para analizar la composición química de objetos lejanos, como las estrellas.
Estos descubrimientos no pasaron desapercibidos en España, por lo que en una época tan buena para la ciencia como fue la Segunda República, se creó, expresamente para él la Cátedra de Estructura Atómica, Molecular y Espectroscopía, en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Madrid.
Como es de suponer, Miguel Catalán hizo muchísimas amistades con científicos de todo el mundo, lo que sin saberlo, le será muy útil en esos tiempos revueltos en España.
En julio de 1936, la sublevación militar le pilla en el pueblo segoviano de San Rafael, donde su suegro, Ramón Menéndez Pidal, tiene una casa.
Tras una serie de bombardeos, él y su familia se trasladan al cercano pueblo de El Espinar, pero al haber allí también peligro (recordemos el avance de las columnas nacionalistas del coronel Serrador hacia el Alto del León), pasan a Segovia.
En esta ciudad (en zona nacional) empezó a prestar servicios en el Centro de Información de Heridos. Allí, al ser "sospechoso" de no ser afecto a la causa "imperial", se le somete a una vigilancia por los servicios secretos de Franco.
En 1937 estos servicios secretos emiten un curioso informe al Servicio de Información Militar, en Burgos, con las averiguaciones de Catalán y familia. Tan "bueno" es este informe que a Miguel le cambian el nombre por Ramón. Este es la descripción "objetiva" que hacen de él:
RAMÓN CATALÁ, Doctor:
Un mentecato, célula comunista, juguete de su mujer y de su suegra. Era
Dr. en Ciencias cuando se casó con Gimena; como regalo de bodas le
dieron una cátedra en el Instituto de Segovia de donde era natural. Se
amañó un tribunal especial para él y la Institución lo consagró como sabio
y profesor de la Central.
Al finalizar la Guerra Civil, en 1939, Miguel Catalán por todas estas cosas (además de haber pertenecido a Izquierda Republicana, el partido de Manuel Azaña) se vio privado de ejercer la docencia universitaria. Tuvo que malvivir con trabajos no acordes con su gran valía, en la empresa privada: los Mataderos de Mérida, los laboratorios IBYS (que estaban en la calle Antonio López), las Industrias Riojanas, etc.
Mientras tanto, sus amigos y colegas norteamericanos, ingleses y alemanes se preocupaban por él y por sus interrumpidas investigaciones que tan alto nivel habían alcanzado (y más en el país del "inventen ellos", que dijo Unamuno).
Intentaron que viajara a Estados Unidos, para seguir allí sus investigaciones, pero el régimen militar de Franco se lo impidió. Creo que ese exilio interior es, para muchos cosas, bastante peor que el otro.
En 1946, y ante las presiones internacionales, Miguel Catalán recuperó su cátedra. Según cuentan, las primeras palabras que pronunció fueron "decíamos ayer", como hiciera casi 400 años antes Fray Luis de León, al ser liberado por la Inquisición).
Al fin en 1949, Miguel viajó a Estados Unidos invitado por la American Philosophical Society, permaneciendo allí 15 meses. Fue en esta época cuando se decidió bautizar con su nombre uno de los cráteres de la Luna. A su vuelta, siguió ejerciendo su gran pasión, la investigación, en el Instituto de Optica del CSIC (en la calle Serrano). Su triste exilio interior había durado 10 años.
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